Todas las novelas, sobre todo cuando son de un autor poco conocido suelen presentar algún reparo para que las lea el lector. Ya dije que se trata de una novela negra, policiaca, romántica a su vez, e histórica, al tratar sobre la mafia siciliana en unos años en los que llegó a convertirse en la organización delictiva más importante de aquellos años, los setenta del siglo pasado. Se fundamenta en la vida de una joven abogado italiana, hija de uno de los fiscales de la Corte Penal de Roma. Pero no os quiero destripar la novela, aunque sí os voy a poner el prólogo de la misma por si os mueve el gusanillo para que la leáis.
A las seis de la mañana, todavía
era de noche, pero dispondrían del tiempo justo para vestirse, asearse un poco
y tomar un cappuccino, antes de que los agentes que los tenían que llevar a
Fiumicino en una furgoneta anónima hiciesen acto de presencia.
Giuseppe les había indicado que no habría más
avisos de su llegada que la intermitencia de unas luces de cruce de la
furgoneta, y deberían estar preparados para subir a ella, lo más rápido posible
y sin llamar la atención, aunque a aquellas horas serían pocos los automóviles
que circularían por la calle y posiblemente ninguna persona a pie. No obstante,
la precaución era prioritaria.
Los cuatro muchachos esperaron en
el portal de la casa. Casi inmediatamente, al principio de la calle apareció
una furgoneta Alfa Romeo AR6 de color azul, sin más distintivos que una ancha
franja de color rojo que la atravesaba a todo lo largo por encima del capó del
motor y el techo. Solo llevaba cristales en las ventanillas del conductor y el
copiloto, quedando el resto del espacio de carga con la misma plancha de
construcción del vehículo.
Salieron del portal, y a la
carrera llegaron al lateral de la furgoneta, que mantenía una de sus puertas
abiertas para que entrasen.
Detrás del conductor y
acompañante, había dos filas más de asientos corrido y se sentaron en el
último, el anterior al espacio de carga: los dos muchachos a los lados y las
jóvenes en el centro del asiento.
El mismo carabiniere que había
abierto la puerta para que entrasen los jóvenes, la cerró, subió a su asiento
delantero y la furgoneta se puso en marcha en dirección a Via Arenula; atravesó
el puente Garibaldi sobre el Tíber, junto a la isla Tiberina, y se encamino
hacia las afueras de Roma, por la Via di Trastevere para tomar la Via
Portuense en dirección a Fiumicino.
Mientras circulaban por la
carretera, el acompañante del conductor se volvió en su asiento para
entregarles una mochila que contenía dos pistolas Beretta, cuatro cajas de
munición y dos sobres. Uno de ellos muy abultado.
––Nunca se puede saber qué va a
pasar –les dijo conciso–. En uno de los sobres hay dos millones de liras para
vuestros gastos iniciales, y en el otro, unas instrucciones claras y varios
números de teléfono, con explicaciones de cómo los debéis usar según las
circunstancias. Os aconsejo que los memoricéis. Podrían haceros falta en un
momento dado.
Cuando tengáis un lugar seguro
donde alojaros, llamaréis a don Enrico para que os proporcione una cobertura
con agentes de paisano de la brigada antimafia. Eso es todo por el momento.
Leed cada uno de vosotros las instrucciones para saber qué es lo que tendréis
que hacer en caso de que os separaseis por alguna circunstancia.
Quince minutos después, cuando
circulaban por la carretera que llevaba a Fiumicino, un automóvil negro se
dispuso a adelantarlos, mientras las luces de los dos vehículos iluminaban las
blancas pintadas de los árboles que marcaban el linde de la calzada.
Al llegar a la altura de la
cabina de la furgoneta, desde el interior del automóvil, bajaron una de las
ventanillas traseras por la que apareció la siniestra boca negra de una
metralleta Skorpio, que de inmediato comenzó a tocar una balada de muerte,
iluminando la ventanilla del automóvil con cada detonación. En la furgoneta
policial, las mujeres gritaron asustadas por lo inesperado del ataque y todos agacharon
las cabezas.
Francesco y Alessandro, más
acostumbrados al retumbar de las armas, se inclinaron sobre las dos jóvenes,
obligándolas a echarse entre los asientos para protegerlas con sus cuerpos.
La furgoneta, perdida la
dirección al ser alcanzados por las balas el conductor y acompañante, dio dos
bandazos y colisionó contra uno de los árboles del linde, muertos los dos
carabiniere y perforado todo su lateral por un rosario de impactos.
Aunque la colisión contra el
árbol fue brutal, debido a la velocidad de marcha de la furgoneta, y el
conductor y el acompañante estrellaron sus cabezas contra el parabrisas, ya
estaban muertos en el momento del choque.
Los dos muchachos acusaron el
impacto entre los asientos, aunque el golpe fue mitigado en parte por el
respaldo de los asientos anteriores mientras las dos jóvenes gritaban de nuevo
aterrorizadas. Un momento después del golpe contra el árbol, escucharon el
frenazo de un coche al detenerse.
Francesco y Alessandro
continuaron inmóviles sobre las mujeres, protegiéndolas y haciéndoles gestos
con las manos para que no se moviesen ni articulasen ningún grito más, mientras
sacaban sus armas.
Poco después se abrió la puerta
lateral de la furgoneta por la parte que daba al centro de la calzada, y lo
primero que vio Francesco desde su posición, fue el siniestro agujero del cañón
de la metralleta Skorpio con la que les habían disparado, el sombrero de ala
ancha del individuo que había abierto la puerta, y debajo de las alas del
sombrero, la sonrisa siniestra y cruel de su propietario, que se borró como por
ensalmo al aparecer un agujero en su rostro, junto a su nariz, producido por el
disparo efectuado por Francesco, a quemarropa.
El impacto de la bala contra su
cara lo lanzó hacia atrás y hombre quedó tumbado en el suelo, de espaldas,
mientras la sangre que manaba de su cabeza formaba un charco carmesí sobre el
asfalto.
La apertura violenta de la puerta
y el disparo de la Beretta de Francesco sorprendió a las dos jóvenes, que no
esperaban esa reacción, y gritaron de nuevo, aterradas.
Giulia sacó uno de sus brazos por
debajo de Francesco, para, a tientas, encontrar su bolso y sacar la Beretta que
le entregara el policía en el momento de emprender el viaje. En tanto que,
Beatrice, tumbada casi literalmente entre los asientos, protegida por el cuerpo
de Alessandro, sollozaba, tapándose la cara con las manos, aunque Giulia se
sobrepuso inmediatamente, apretando la culata de su arma con rabia.
Alessandro, sin perder tiempo en
averiguaciones, abrió la portezuela del lado opuesto de la furgoneta y salió al
arcén, amparado por el furgón. Detrás de él, lo hizo Giulia, reptando sobre el
cuerpo de Beatrice, tendido entre los asientos. Estaba colérica, decidida a
vender cara su vida, y parecía que el momento había llegado.
Escucharon las voces de alarma
del conductor del automóvil, a la vez que una serie de impactos de bala se
producían de nuevo contra la puerta de la furgoneta que había abierto el
mafioso muerto.
Protegido por el furgón,
Alessandro se desplazó hacia la cabina del conductor y comenzó a disparar su
arma contra otro de los asaltantes que también había salido del automóvil
Citroën Stromberg negro para rematar el trabajo, y que ahora regresaba a toda prisa
hacia su vehículo parado en mitad de la carretera, a unos metros de distancia,
mientras su conductor lo mantenía en marcha.
Aunque Alessandro se sorprendió al escuchar
más disparos junto a él, pensó que sería Francesco, quien se habría protegido
detrás de la furgoneta junto a él. Miró de soslayo y vio que era Giulia, la que
con firmeza y el rostro desencajado por la rabia, sujetaba con las dos manos la
culata de su pistola y realizaba disparos acompasados, intentando no fallar el
blanco.
La miró…, sonriéndole,
sorprendido por aquel coraje, y siguió disparando.
Las balas de Alessandro
impactaron en la espalda del agresor, y el hombre se desplomó en el suelo. Las
disparadas por Giulia debieron impactar contra la cabeza del conductor del
automóvil, que se derrumbó sobre el volante, haciendo sonar el claxon de forma
continuada.
Francesco salió de la furgoneta y
corrió hacia el hombre que había abatido Alessandro para cerciorarse de que no
estaba vivo, en tanto este apremiaba a Beatrice para que saliese de la
furgoneta. Luego confirmó que conductor y copiloto estaban muertos.
Beatrice, sumida en la histeria,
lloraba con el terror afligiendo su rostro.
Salió de entre los asientos de la
furgoneta y corrió como una posesa hacia Alessandro, abrazándose a él como una
niña indefensa. Luego caminaron hacia el coche de los asaltantes sin que
Beatrice dejara de ceñirse a su cintura.
Giulia, una vez confirmada por
Francesco la muerte de los dos hombres del automóvil salió del resguardo de la
furgoneta, y caminó atenta, con el arma apuntando al vehículo de los
asaltantes, por si en su interior hubiese algún movimiento extraño.
Su cara tenía una expresión muy
diferente a la que generalmente había impresa en ella. Estaba muy seria, con
las mandíbulas apretadas y los ojos muy abiertos, buscando algún movimiento
raro al otro lado de la carretera.
Entre los dos jóvenes, sacaron al
conductor muerto del automóvil, y después subieron en él para seguir su viaje
hacia Fiumicino. Alessandro lo puso en marcha, comenzando a circular por la
carretera, mientras su rostro revelaba un aire de preocupación. Era impensable
para él, que lo vaticinado por don Enrico en casa de su hija, se hubiese
producido en tan corto espacio de tiempo.
––No podemos dejar esos cuerpos
en mitad de la carretera –dijo Francesco, cuando ya se habían alejado un
kilómetro.
––Pero tampoco podemos regresar
para retirarlos de allí. Podrían vernos
si pasa algún otro vehículo y denunciar el hecho a los carabinieri, y no
sabemos de qué parte podrían estar los que viniesen –respondió Alessandro, sin
dejar de pisar el acelerador.
––Tienes razón.
Espero que os guste y le deis la oportunidad de leerla